He caído seis veces de la cama esta noche. En la primera caída sólo
pude pensar en como eso era recurrente en mis años de infancia y como
papá me levantaba y me volvía acostar. En la segunda caída abrí los ojos
para intentar ver algo más allá de los recuerdos y el porqué de una
segunda caída después de diez años de que no pasaba. Durante la tercera
caída sentí a mi perro quejarse y gruñir por el fuerte golpe que
recibió, el reloj-alarma marcaba las cuatro veintiocho de la madrugada y
mi celular había llegado ya al cien por ciento de la carga de batería,
debía de ser una especie de broma el hecho de que fueran ya tres: bola
de pendejos. A la cuarta caída entendí que eras tú, que eras tú la que
estaba ocasionando esa noche de perros en mi habitación y no pude hacer
nada, ¿qué poder tendría yo sobre ti para parar con todo eso? Ninguno.
Cuando pensaba que con admitir (entre sueños) que eras tú la razón de mi
mal sueño y podría descansar al fin, algo en mi estomago empezó a
retorcerse, como algún alimento que me provocase intoxicación (otra vez)
y eso me hizo querer aferrarme al sueño. Soñaba contigo, en las
estaciones del metro que están al otro lado de la ciudad y una cita en
la que habíamos quedado para "quedar en un común acuerdo": dejarnos de
ver o seguir sentándonos en la mesa del café aquel para seguir hablando
de nosotros y de lo que haríamos con nuestras vidas mientras leyéramos,
cogiéramos y nos riéramos juntos, era como cualquier sueño más en el que
habitas, casual, con un día nublado con cigarrillos y besos en el
parque, pero llegaba al metro, bajaba del andén y te veía esperando al
lado de un teléfono público, viendo los carros que estaban por debajo de
nosotros mientras yo me acercaba y, al tenerte a dos metros de
distancia, me sentía caer, en un abismo de los que siempre hay en esos
sueños y la quinta caída de la cama era ya inminente, el golpe se sentía
en la espalda. ¿Qué espero con todo esto, qué...? La sexta caída fue la
respuesta.