La Pandemia


I.

Todos los días sale el sol, se proyecta en el suelo, nutre mis plantas. Lo observo, tengo esa suerte. Este no es mi primer aislamiento, ya muchas veces me he encontrado fusionada con mi cama, sin deseos o posibilidad de salir. Las ganas de esconderse, de huir, de no estar. La incapacidad para lidiar con el caos, el caos en sí mismo, las ansias de calma, el silencio, a veces liviano, a veces siniestro. Yo, enumerando cosas que no existen. Mis paredes. Lo conozco todo demasiado bien.

No puedo hablar de este estado de contemplación sin reconocer que no es parejo para todos, pero a todos se nos han desacelerado las cosas, para muchos del todo y de repente. Nadie está preparado para la catástrofe aunque quieran pensar que sí. Los factores que alimentan este confinamiento no son mis miedos ni mi tristeza. Es la de todos los demás. La nuestra. Y así ha de mantenerse.

II.

Hay días buenos y días malos. En los días buenos, abro la persiana. En los días malos, no me muevo, y en ese no moverse pareciera haber paz pero es una trampa. Es un agujero.
Te voy a dibujar
un mapa de mis pesadillas
porque son las mismas que las tuyas,
nos paralizan igual.
Los rostros sin boca,
el aliento del diablo,
una puerta que lleva a otra puerta que lleva a otra puerta.
Todo ha sido dicho ya,
tus palabras son las mías
y no nos van a salvar.

III.

En los días buenos, abro la persiana. Quedarse quieta también es estar viva. La vida no está en pausa o retrasándose. La vida aún está sucediendo, así que la pregunta es: ¿Estás completamente consciente, poniendo atención, aunque sea diferente a lo que pensaste que debía ser? No hay escenarios ideales, sólo el presente desenvolviéndose frente a tus ojos cada vez que respiras.

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¿Entonces?