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Se hace tarde para el colegio, o cualquiera de los
compromisos a los que tenemos que llegar puntuales. He olvidado mi billetera,
se ha deslizado por la ventana mientras cambiaba la radio de estación. No creo
que importe mucho la situación que está a punto de suceder, pues el carro sigue
avanzando y el tiempo le va muy de cerca.
No te molestes, me sucede todo el tiempo. No entiendo como
los demás chicos pueden ser tan organizados; apenas y puedo poner en orden mi
almuerzo. Creo que se debe a mi nueva compañera de clase, sus gestos inconscientes
se impregnan en mi mente. No soy el tipo de chicos que la miraría directamente
(creo que eso sería molesto) prefiero verle entre reflejos; sus gestos me
matan, muerde su cabello cuando comienza la clase de matemáticas, mientras el
cuaderno se va llenando de números primos a los cuales sinceramente no les
encuentro ninguna relación. La clase de español suele ser más tranquila, eso me
gustaría creer si no fuera por la comisura de sus labios que es mi perfil
favorito durante las horas siguientes.
Así termina mi jornada, mientras esquivo algunas palabras
que no me pertenecen del todo entre el corredor. Tenemos caminos separados,
distintos, pero con la misma magnitud; podría ser todo un reflejo mal aplicado
de un estigma adolescente.