Al ver verás





    Entre las cientos de calles que se encuentran en esta pequeña, pero incomparable ciudad, los pasos que se ha tragado el suelo han sido siempre el motor indiscutible de querer encontrar ese algo que Germán sabía que existía y que, como Sabines opinaba de los amorosos, buscaba pero nunca había encontrado. Había caminado a pasos lentos y rápidos entre las edades de la pubertad y la, ahora, presente juventud en una búsqueda de lo romántico en los pequeños y valiosos detalles que encierra el tiempo, el polvo y la vida moderna y ajetreada de la nueva población regiomontana. Su última resistencia a la muerte lo había mantenido siempre al borde, siempre pensando que lo más normal contiene una doble utilidad a pesar de lo que dice toda lógica.

        Existe un lugar, como en varios sitios del planeta en donde las cosas se ven diferentes, un punto en la ciudad de la que menos se puede sospechar y un solo hombre estaba destinado a encontrar. El hombre aún no conoce la historia, más sin embargo, sabe que el mundo es demasiado basto como para sólo contener lo que todos vemos.

    Pasaban quince minutos después de la salida de su empleo cuando Germán optó por tomar la calle de Padre Mier para aprovechar el tiempo en una larga caminata. Su mente se alojaba en recrear momentos de prolijidad literaria en un mundo en el que la banalidad del entorno es la rutina y el confort, mientras, en sus pasos, se alojaba el destino de un encuentro misterioso ante una de las situaciones más excéntricas y misteriosas entre la humanidad y el secreto de la tierra. El invierno comenzaba ese mismo día y, como con la mayoría de frentes fríos que pisaba la ciudad, el viento helado del norte se adueñaba de las hojas con tanto desdén que Germán pensaba que todo se debía a que «Dios quiere ser el viento y así ya no podría sentir más frío». Así se iban sus tardes, así se iba su vida en aquella triste calle del centro de Monterrey.

    Entre los silencios que el hombre guardaba y la ola de discretos sonidos que ambientan y se disuelven por esa lúgubre zona, Germán encontró la frase que se marcaría como la llave, la clave encriptada entre versos y un poético berrinche meramente humano, un despliegue ante todo ese arranque de catarsis que había desarrollado a lo largo de la vida: «Quiero ver todo, todo hasta la muerte...ver que vivimos para ser felices». De pronto, un crujir se adueñó de todo el entorno que ocupaba a Germán, un sonido extraño que enmarañaba, de menos a más, el oído del hombre. Era la ventana, la abertura que estaba frente a él, mientras, lo demás, era lo inexistente, lo contrario al suceso que ahora se volvía el centro de todo.



Ven a verme, 
al ver verás 

yo por allí
tengo una sombrilla 
corrí por las ciudades 
me cansó la codicia 
solo tengo una vida 



    Había una serie de palabras entre todo aquel montón de chasquidos entre dedos que no se veían, llantos que se apoderaban del fondo sonoro y toda esa revoltura de colores opacos que salía y surgían del enfoque que Germán percibía.



Por mi ventana, 
de al ver verás 
brilla un rayo al amanecer 
las horas ya no pasan 
las heridas se han ido 
todo dura un instante 
todo dura un instante

para toda la vida



    El espacio de la escena pasaba en un pequeño lapso de tiempo en donde, en otras zonas, sucedían dos choques en menos de 3 km a la redonda y dos parejas tenían sexo como los meros animales que eran. Germán existía, allí, entre una ventana misteriosa que, sin más que agregar, era el símbolo de lo que, pocos, pueden detallar su fin.  Entre todo ese arrebato del alma y el despliegue ocular que se traspasaba hasta sus pupilas, Germán entró en un juego de ideas y palabras que se formaban bajo los impulsos fortuitos de un trance y su clímax:



“Sé que estoy vivo, 
que vuelo en reposo 
bebiendo la linfa, 
de la soledad 
mientras el mundo, 
todo se va hundiendo”



    Había comenzado un discurso entre la forma y el formulado. La ventana era el acto esperado mientras Germán succionaba espasmos y exhalaba con brusquedad animal.





Y al observar toda la locura 
la sociedad o lo que ya se fue 
entiendo que tu amor 
transpone todo refugio 
quema todo y sin armas



    La canción seguía, hablaba por sí sola. Sonaba y descubría sus secretos para un pequeño y mestizo hombre del mundo occidental. La voz resonaba hasta en la última célula de Germán. Un fluido era decir una mínima parte, un centenar sería apenas acercarse. Apenas pasaba el grotesco retorcer del llanto cuando Germán respondía:



“Quiero ver todo, 
todo hasta la muerte 
ver que vivimos 
para ser felices“



    El hecho de querer descubrir qué era lo que Germán quería era, por ahora, un buen indicio y la ventana, el ente o lo que fuese, estaba logrando que el hombre quisiera adentrarse sin importar nada más.



Ven a verme y al ver verás 
yo con mi cuerpo te cubriré 
no importa que abandones 
lo que ya no resulta



    Poco, poco se podía ver de Germán y tanto se podría especular. Se esmeraba en responder toda esa lluvia de mensajes y choques místicos cuando, de pronto, la ventana se volvía a adelantar con su canto:



todo dura un instante 
es mejor ser el viento 
todo dura un instante 
para toda la vida



    Esto es el centro del todo, Germán lo sabía y sabía que era su destino seguir en esa entrada de lo incierto, en ese desalojo atípico del ser y lo que éste sugiere:



“Una calle despejada, 
donde ya no queda nada, 
donde volverá solo la lluvia”



        Germán,  entre cada búsqueda, estaba siendo víctima de sus propios deseos al lograr encontrar una especie de efecto placebo a la necesidad de querer saber de algo más allá, una prueba de que la vida significa más que responsabilidades y rutinas de jornada. 



“La noche escapa 
sin saber porque”



    «Un insólito abismo que testea los cuerpos que tan solo habitan lo que fue». Existe un lugar, como en varios sitios del planeta en donde las cosas se ven diferentes, un punto en la ciudad de la que menos se puede sospechar y un solo hombre había descubierto.



“Y doy mil vueltas, 
por los hilos de un cordón 
mientras el mundo 
gira en el Edén” 





    El hombre nunca conocerá la historia, más sin embargo, sabe que el mundo es demasiado basto como para sólo contener lo que todos vemos y creemos entender.



“Toda mi vida, 
resbala en seis cuerdas 
sube y se tira, 
de nuevo hacia arriba” 



    Poco y mucho se puede decir de lo que significa Germán y de quién es este individuo. ¿Y La ventana?



“Quiero que sepas 
que escondo en mi adentro 
cuerpos iguales”



    Dentro del recorrido de los flujos multicolor, las caricias que el cuerpo brinda al entorno y las desgarradoras lágrimas que comete el atardecer ancestral del acto, la ventana parece ser la víctima que sustituye al victimario, el triste cantor del sueño imposible que ahora toma el trono y brilla como la sorpresa que pronto aniquilará.



“Te quito de todo, 
lo horrible de este mundo”



    La noche da comienzo bajo el negro infernal en un tono azul casi morado. La hija de la lágrima resbala en la escena del fin del acto. Germán anuncia sus últimas palabras:



“Siento que me llaman, 
sin sonido”



    Un crujir se adueñó de todo el entorno que ocupaba a Germán y a la luz, un sonido extraño que enmarañaba, de más a menos, el oído del viento. Era la ventana, la abertura que estaba frente al suceso, mientras, lo demás, era lo inexistente, lo contrario al suceso que ahora se volvía el centro de la nada.



no pensé en ningún lugar

no pensé en ningún lugar

   

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