Crucifixión, la solución


    Pendejo va y viene todos los días por la misma ruta. Sabe que su vida pudo dar para mucho más, un poco más de lo que ahora tiene y que tanto anhela perder en cualquier momento de la jornada. Pendejo anda por Monterrey con la esperanza maldita de volver a caer: lo analiza con cada imperfección del pavimento, siempre tratando de colocar el pie de manera en que le provoque un tropiezo. Falla y sigue apuñalándose la espalda de tanta impotencia.
    Hay ocasiones en las que a Pendejo lo alcanza la suerte y se siente fatal. Se siente halagado por la existencia al momento de encontrarse con algún regalo, algún premio que le ha deparado la vida entre tanta mala racha y se tira a llorar, desgarrado por esa sutil trivialidad que tanto lo acongoja y procura el error, el error sobre todos los bienes de este mundo; como Leonor, que un día le juró amor y con el pasó de los años Pendejo tuvo que encargarse de aniquilar.
    Pendejo va y viene todos los días al hogar de una vieja puta. Sabe que con Leonor tuvo para mucho más, un poco más de lo que ahora tiene y que tanto se empeña en revivir cada noche con su nueva amada. Pendejo anda por las noches con la vida entre los pies: lo recuerda con cada gota de sudor que Rebeca impregna sobre su cuerpo, siempre tratando de hacer fricción de manera en que Pendejo haga posible un nuevo comienzo. Rebeca falla y sigue añorando haberlo encontrado cuando aún fuese un hombre jovial y lleno de inocencia.
   Hay ocasiones en las que Pendejo pide a Rebeca revivir viejas vivencias y se vuelve un animal. Se siente más vivo al recrear escenas en las que Leonor era algo malvado, una bestia inconsciente del placer que sólo vive para matar, desgarrando una a una sus prendas hasta revelar el intenso dolor, el calor sobre todas las perversiones de este mundo; como Rebeca, que un día le juró amor y con el paso de los años Pendejo entendió que algún día la tendría que dejar.

   

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¿Entonces?