Era la hora del
almuerzo cuando Lucio se dio cuenta que el sol estaba más insoportable que de
costumbre. Había terminado de escribir los pendientes que tenía cuando se
levantó y comenzó a bostezar por el desvelo que se cargaba. Procuraba tomar
varias tazas de café mientras trabajaba y no paraba hasta terminar lo esencial.
Afuera, el caos
vehicular que se acumulaba en la calle del edificio iba como de costumbre, con
el sonido de los claxons chocando en las ventanas de los inmuebles, rebotando
hasta llegar al piso en que Lucio se encontraba, invadiéndolo del fulgor urbano
del que tanto vive y que, a la larga, a convertido en el soundtrack relajante
de las mañanas de trabajo.
De pronto, entre
el desconcierto que indagaba en su cabeza el sonido de notificación de su móvil
emitió un sonido amigable que lo
alertaba de observar. Al recibir un mensaje de un «número
privado» con las siguientes
instrucciones: «Hay una correspondencia suya que tiene que pasar a recoger al Palacio
de Correos», Lucio no dudó en pensar de quién se trataba. Lo
encontraba extraño, ya que en anteriores ocasiones se habían extraviado
importantes cartas y nunca nadie le notificó.
Más tarde, al llegar hasta el Palacio de Correos, una mujer amable y
regordeta lo había saludado, siendo Lucio una persona conocida en Correos no
faltaba quien lo saludara, pues seguramente eran pocos los individuos como él
que eran recurrentes del viejo método de comunicación. Preguntó educado por la
procedencia del mensaje y no obtuvo razón pero, efectivamente, la carta estaba
ahí. Al despedirse de la señora, pensó que, sin duda, había sido extraño recibir
aquella notificación, cosa que olvidó tan pronto observo la caligrafía que
tenía el sobre.
Su estómago había resentido el bum
con un entrañable recuerdo, mientras sus manos sudorosas se apresuraban a
descubrir el contenido. De pronto surgió de entre varios intentos un papel de
libreta doblado, el cual abrió con desdén descubriendo una carta más de Nydia:
Hola Lucio:
Hace días que quería hablarte pero no me
atreví, tuve de nuevo el miedo que siento cuando comienzo a imaginar las
posibilidades más negativas posibles si lo hacía, así que te vuelvo a escribir.
De igual forma, creo que para cuando leas estas palabras ya habrán pasado
centenar de cosas, para bien o para mal pero, como mi urgencia de comunicarte
esto no rebasa mi temor al rechazo, lo dejo así.
Habiendo dicho ya todo lo que nos gritamos
anteriormente, reprochado y hasta ofendido, el pensamiento de tu persona en mí
se ha agrandado sorpresivamente y no llego a comprender el porqué de todo ello.
Al momento de pasar por el último mal encuentro que tuvimos, sentí que nos
iríamos distanciando lentamente como acordamos la primera vez, en ese pacto
incompleto en el que propusimos seguir cada quien en su camino. Han pasado
meses y pareciera que ese camino nunca lo habré de encontrar. Cada vez que creo
posibles ramificaciones a lo que pudiera ser mi camino correcto, no hago más
que encontrar un estanque en el que me sumerjo y te encuentro nadando
sigilosamente sin que te percates de mi presencia: vas dando brazadas
determinadas que poco a poco te alejan de mi a la vez que mi peso me hunde en
el desespero y el total abandono. ¿Será acaso que es esto verdadero?
Posiblemente te encuentres así, viviendo cosas que yo no te dejaba hacer y no
sé si me entiendas, que yo ahora no me logro desprender de todas esas malas
cosas que vivimos pero que tanto aprecio.
Quiero creer que una mínima pizca de ti te
dice que me extrañas, que te hace ver mi número telefónico en tu agenda del
móvil, aún con la foto de perfil que me habías asignado y esa estrella marcada
que me indica como «contacto favorito». Lo pienso y me hago daño cada que lo recreo,
me doy cuenta de que soy tan patética que yo te tengo todavía así y es que no
consigo erradicarte como antes lo quise. Tal vez tenías razón con aquella propuesta
y seguramente me equivoqué al negarme, aunque ahora me encuentre más
desconcertada al respecto, pero otro sería mi estado si hubiese aceptado.
No deseo que esta mala carta cambie tu
parecer, así como tampoco quiero que pienses que yo contemplo abalanzarme hasta
tus brazos, más bien quiero sepas que te quiero y que tal vez eso nunca cambie.
Te quiero como no puedo querer a nadie más y como seguramente tú lo habrás
hecho conmigo, aunque ignore cómo te sientas después de los destrozos que
cometimos esa noche.
No sé cómo terminar la carta así que sólo
diré que no es necesario responder, puedes tirarla o guardarla, pero créeme que
lo mejor sería que sólo la leyeras y entonces ahí, en medio de tu habitación,
comiences a dar los verdaderos pasos de tu nuevo camino.
Nydia
R.
Al terminarla
volvió a leerla cinco veces más. Después, como de costumbre, quiso huir de todo
el rastro que ha dejado por ahí, aunque siempre terminaba haciendo las mismas
cosas que poco o nada aliviaban el desconcierto.