Ser un rechazado constante, persona
non grata y mucho menos recibir postales de la abuela en navidad.
La cajera aún espera que le pague la
cajetilla, sostiene los cigarros en la mano como incrédula de la existencia de
esos casi 70 pesos en mi bolsillo; sé que los tengo, solo que no están donde
creo que los tengo.
Afuera hay una calma absurda como la
de un domingo que se ha declarado nulo entre las semanas venideras.
No quiero ser el único aguardando
algo que no sucederá.
He vivido indeciso toda mi vida, es tiempo
de tomar el control.
La cajera sonríe, pero sigue
esperando el dinero con un guante en mano, en estos tiempos se desconfía hasta
de los tuyos.
En casa nadie está tranquilo y el
salir es casi una cacería, sale uno con la convicción de no morir y simplemente
esperar lo mejor de todo.
Y aquí estamos haciendo tiempo,
esperando el metro, fumando, rompiendo las reglas, invadiendo el vagón
exclusivo y pensando que se está más seguro de este lado.
El otro lado tiene un aroma rancio
como alimentado por la degeneración y el hastío. combinado con jornadas de
números par.
Sigo esperando el momento clave de
entrar y saquearlo todo.
Mientras a lo lejos todo están en
casa huyendo de la muerte.
La muerte no certera.
Aquí sigo esquivando mi bala, una
ruleta rusa diaria entre cajones de estacionamiento.