Hay varios aromas que no puedo
distinguir y justo alguien decide atravesarse. Las puertas están tan marcadas
por manos extrañas que parecen una mancha amorfa de rasguños. La tienda de
instrumentos musicales es como miel para los curiosos que entre las oleadas de
camiones esperan con algo agradable a la vista. La chica del local siguiente
preocupada por las ventas me invita a conocer las novedades en las vestimentas
de nacimientos. Hay algunos lugares en los que la adivinación es su
especialidad y su modo de vida, pueden saber cualquier cosas aventando unas
cartas al azar y decir lo que saben decir. Creo que tengo algo de hambre, pero
la fila es eterna. No hay una fila definida, he caído en cuenta después de unos
veinte minutos detrás de una señora que tan solo estaba perdida. La cortesía nula
de los tipos de enseguida me ha hecho enfadar un poco, pero este lugar irradia
una especie de atmósfera familiar, como la que hay en casa del abuelo en las
fiestas de navidad. Mi cóctel está listo para viajar, mi garganta se impacienta
entre los bocados cortos y mi estómago le hace espacio. Una reunión casual entre un viejo y un gay;
compartir el pan y saludar a Gabriel. Unos pasos más tarde, una oleada de
libros brinca salvajemente, nunca se cómo reaccionar. Supongo, debo tener un conocido por estos rumbos, pero hace años
que no me pierdo entre recuerdos y alegres momentos. Los aromas ya no me
parecen tan ajenos, el espacio es perfecto y la gente armoniosa un miércoles por
la tarde.